Y la noche habló, con la sabiduría de lo eterno...
De pronto, aquello que
no sería nunca era una posibilidad de ser, se estremecía su corazón del temor
que producía la verdad de lo inesperado, rodaban pensamientos cuesta abajo por
la cornisa de la vida en tanto los fantasmas del invierno se apoderaban de las
sombras de abrazos descarnados.
Todo se volvía blanco y
negro, murmullos molestos en el silencio de los años. Lo que había proyectado
se derrumbaba cual castillo de naipes ante un suspiro solitario, mientras la
ingenuidad se arrastraba bajo sus pies tan sólo para demostrarle que
inesperadamente los sueños son espejismos efímeros que besan dulcemente los
labios.
... Se extinguieron los
segundos, se escondieron los sonetos, su corazón se durmió esperando que todo
fuera obra de los helados misterios del mundo de los miedos...